¿Demandar o no demandar? Esa es la cuestión
- Loveria Secrets
- 20 abr 2023
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 24 may 2023
Hace 5 años sufrí un aborto espontáneo y me practicaron un legrado en un hospital de la CDMX; al perecer, esa operación no sólo me imposibilitó de ser mamá, sino que me adelantó 10 años la menopausia con todas sus afectaciones.
A los 32 tuve mi primer embarazo. Lloré muchísimo porque pensé que mi vida laboral se acabaría, pero mi maestra de Kabbalah me animó: “Ahora que vas a Nueva York cómprate ropa amplia, que se estire para que te acompañe en tu embarazo, en esta nueva etapa donde darás luz a una vida”.
Dos días después viajé a Nueva York a cubrir el Fashion Week (era editora de una revista). “Wow, estoy embarazada”, pensaba para mis adentros. Pero no me duró mucho el gusto (o el susto). A los 3 días, ya para regresar, cargué las maletas bien llenitas y sentí clarito una punzada en el abdomen bajo.
En el avión me empecé a sentir mal, pero alcancé a llegar a la CDMX. Ahí esperé durante 1 hora a mi entonces novio, que no había calculado bien el tráfico y llegó visiblemente apenado.
“No te agobies”, le dije, “por eso siempre traigo un libro, pero fíjate que del dolor que siento no pude ni leer. No sé qué tengo, yo creo que si sigo así, mañana iré al ginecólogo”.
Al subirme a la camioneta empecé a sangrar. Sólo un poco, así que seguimos el plan de ir a casa de mi mamá. Cuando fui al baño me asusté, me estaba desangrando. Salí y le dije al oído “Vámonos al hospital por fa”. Y así lo hicimos.
Fuimos a uno, nos mandaron a otro y ahí esperé 8 horas para que me practicaran el primer legrado porque me había comido un plátano en casa de mi mamá. Del bebé ni sus luces, se había convertido en coágulos de sangre que había que detener y limpiar.
La historia terminó como al año, cuando corté con este novio por otras razones (falleció su hermana, heredó 1 millón de pesos y se volvió loco). Al año empecé a andar con otro cuate y a los 3 meses otra vez la noticia: ¡Estoy embarazada!
A diferencia del primer novio, este segundo no quería ni casarse ni vivir juntos ni nada, según él —en su mente— todo era una estrategia mía para sacarle dinero, pero en ese momento no lo vi (hasta un año después me lo confesó).
Un día me fui a hacer un manicure (después de haber tomado una clase de Jumping, esa que brincas sin parar en un brincolín chiquito) y sentí una punzada en el abdomen bajo. “No, otra vez no”, le dije a la manicurista, quien me recostó en una cama de masajes mientras llamábamos al Uber.
Como yo ya no trabajaba donde antes, ya no tenía seguro. “No quiero gastar $32,000 pesos en este momento y no quiero molestar a mi papá”, le conté a la ginecóloga que acababa de conocer gracias a una promoción de papanicolaou. “¿Hay algún hospital económico al que pueda ir?”.
“Vete al Hospital de la Mujer”, me instruyó. Y así le puse al Uber, quien abusivamente puso que había tomado los segundos pisos del Periférico para cobrarme $300 pesos. Esto porque yo no podía ni sentarme derecha del dolor, así que iba en posición fetal, tratando de detener el sangrado para no ensuciar el carro. En fin. Como siempre digo: la ocasión hace al ladrón. Me vio moribunda y me cobró lo más que pudo. Cada quien da lo que tiene, o como dice una amiga, cada quien reparte de lo que le sobra.
LA OPERACIÓN QUE CAMBIÓ MI DESTINO
A causa de un bendito plátano que había desayunado (¡qué risa con el plátano!) tuve que esperar 8 horas a que tocara mi turno de operación.
En ese inter conocí muchísimos casos muy tristes. La mayoría de las mujeres que estaban en esa sala eran muy jóvenes (onda 18-22 años), iban por su tercer o cuarto hijo, y lo más cañón es que eran madres solteras, es decir, los hijos eran de diferentes parejas que poco o nada las apoyaban en la decisión de tenerlos.
Cuando llegó mi turno, noté que la doctora apuntó en mi hoja: “Paciente geriátrica”.
¿Paciente geriátrica?
¡No p1nch3s mames! jijijijiji Tengo 35 años, estoy en mi PRIME, mi mejor momento. “Geriátrica” era un término que yo habría usado para mi abuelita, pero bueno, no lo tomé muy en serio, sólo me dijo que ser mamá a mi edad era muy riesgoso porque ya era muy mayor, a lo que respondí un simple “OK (lo que usted diga, crazy woman)”.
Me pasaron a un cuarto chiquito, me pusieron una cosa en nariz y boca, y me pidieron que contara hasta 20. No iba ni en el 5 cuando lo único que recuerdo fue que le dije “Sigo despierta, ¿eh?”, a lo que me respondió “Ya acabamos”.
Pienso en eso y me doy mucha ternura porque mi miedo era sentir todo, como en la película “Awake” jijijiijiji
Me pasaron a un cuarto comunal, donde conocí a otras chicas y nuevamente, sus historias eran, en su mayoría, muy feas y dolorosas. Yo esperaba la visita de mi novio, pero me dijeron que nadie podía pasar hasta que me dieran de alta. Mi novio me escribió una nota que nunca me dieron. Mi consuelo es que sí le dieron mis cosas porque cuando llegué pues ya no me dejaron salir y no hubo a quién dárselas. Doy gracias que no las hicieron perdedizas, sino que sí se las dieron.
Poco más de 24 horas después me escapé de la recámara comunal buscando un teléfono porque no tenía mi celular. Las enfermeras me dijeron que no tenía acceso a nada, así que me fui con el policía que cuidaba la puerta del piso y empecé a llorar. “Sólo quiero llamarle a mi novio”, le dije entre muchas lágrimas, “seguro está preocupado y aquí me tienen secuestrada”.
Ante mi sorpresa, abrió la puerta, me dio su celular y me dijo “Tome, mándele un mensaje”. Y pues nada, no me sabía —hasta la fecha— ningún teléfono de memoria, más que el de mi papá. Así que le escribí. “Papayito, pásame el teléfono de Guillermo por fa. Trae mi celular y no le puedo llamar”. Mi papá me contestó a los 10 segundos con el número de Guillermo. Entonces pude mandarle mensaje de que a las 4 pm me daban de alta para que fuera por mí.
Esa operación, en lugar de $32,000 pesos salió en $3,500 porque te hacen un estudio socioeconómico antes de cobrarte. La cosa es que fue por mí, fuimos por mi carro y a visitar a mi mamá como si nada hubiera pasado. Nunca le conté hasta hace 2 años.
Eso pasa cuando eres una mamá que regaña por todo, jajaja. No dan ganas de contar nada, cosa contraria a mi papá, a quien sí le conté todo lo que había pasado porque él no me daba sermones, ni gritaba ni me regañaba, sólo reflexionaba conmigo y me iluminaba con su sabiduría.
“A la próxima que se ofrezca, vete al hospital que tú quieras, el dinero siempre se consigue, acuérdate. Por ahora, no queda más que esperar que todo haya salido bien”, me dijo.
Y salió tan bien que a los 5 días andaba yo en Ecobici, pero me lastimé, tuve que guardar reposo otro mes, y bueno, en general nunca he sido buena paciente.
UNA NUEVA OPORTUNIDAD
A los 37 años conocí a Rodrigo, el ser humano más bonito que he conocido. Tiene un alma preciosa, es un solecito, creo que nunca había conocido a alguien que me quisiera tanto. El tema aquí era que vivíamos en diferentes ciudades: yo en la CDMX y él en Manzanillo.
Cinco años después a veces me pregunto: “¿Qué estaba pensando cuando acepté andar de lejos?” y solita me respondo: “Lo que yo pensaba era que al año iba a salir embarazada y me iba a ir a vivir a Manzanillo. Tendría una familia y pondría un negocio”.
Pero eso nunca pasó.
Una vez lo visité 5 semanas y estaba segura que saldría embarazada porque lo hacíamos TODOS los días. Mi sorpresa fue cuando me volvió a bajar. “¡Qué raro!”, pensé, pero no le di demasiada importancia porque pienso que los planes de Dios son perfectos.
Hoy, a 6 años de esa operación, mi mamá está convencida de que me hicieron algo que no permitió tener hijos. A mí, además de los hijos, lo que más me preocupa es que la menopausia me llegó a los 39 cuando no había nada para que eso sucediera: no he tenido quimioterapias, mi familia es muy fértil, tengo un estilo de vida MUY sano... Me hice unos estudios, pero nunca regresé a que me los interpretaran.
Hace una semana mi mamá me recomendó demandar al hospital y no sé si hacerlo. ¿Ganaría? ¿Me costaría mucho? ¿Sería una debacle emocional? ¿Sería muy co$to$o hacerlo? ¿Y si no gano y nomás revivo la pesadilla de oquis? ¿Me ayudaría en algo demandar? Ni siquiera sé cómo se llama la doctora que me operó y no es como si la demanda me va a permitir volver el tiempo atrás.
Mi papá, a raíz de una “mala” operación, pasó de ser maratonista a inválido incapaz de sostenerse de pie por sí mismo. Bastón o andadera, después de esa operación nunca volvió a ser el mismo.
“Demanda al hospital”, le dijimos mi hermano y yo millones de veces y siempre recibimos la misma respuesta: “Fue la voluntad de Dios y así como he aceptado lo bueno, acepto lo malo”.
En mí viven dos respuestas a la propuesta de mi mamá. Por un lado, “¡A hu3vo! Hay que demandar porque me jodieron la vida”. Por el otro, “fue la voluntad de Dios y así como he aceptado lo bueno, acepto lo malo”.
¿Tú qué harías?
Te leo en @loveriasecrets
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